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arChivo Expiatorio

El Abuelo y el Licenciado

El Abuelo y el Licenciado Mi padre, un ser con la demasiada carga de lograr un prestigio para la estirpe, que los hijos seguimos cargando. Mi madre, desatada de una madre tierra añorada que nunca existió pero que nosotros la hemos formado en el imaginario familiar. Cada quien en su papel, sus vidas se entrecruzaron como dos imposibles nubes tormentosas que desde el norte y el sur, se funden en el horizonte. ¿Por qué sus recuerdos se han desprovisto del temor, la rabia y el desconsuelo que tanto me provocaban al ver la falta de cariño entre ellos. ¿O sí se querían?

Vivimos en la tierra de mi padre, la otra es un sueño. De la tierra soñada puedo decir que me despertaba con mucho desazón. Mis hermanas han podido habitarla con mayor dulzura e incluso tienen la bendita certeza de que ese lugar existe. Yo lo único que vi fue un lugar que se arrancaba de sus gentes y que sólo pensaba en sí mismo. Los años me dan la razón: en la sierra de Chihuahua ya no vive nadie. Cuando mi madre lo supo murió de pena, y entonces decidió no saberlo. Pero en el Rioverde de mi padre tampoco ya no vive nadie, en los pueblos habitan ancianos y niños. Muchos hijos nos hemos mudado a capitales urbanizadas en donde el prestigio familiar se ha vuelto intern@tcional. Nuestras tierras, reales o soñadas, ya solo están habitadas de recuerdos. Pedro Páramo no es un cuento, menos una novela, es una profesía nacional.

Me pusieron el nombre del papá de mi papá, un señor que nunca conocí y que llevo adentro más de lo que yo hubiera pensado. El abuelo Amado administraba una de las propiedades del Licenciado Lorenzo Nieto, y estaba enfermo del corazón. El retrato que estaba en mi casa lo muestra de gesto firme y arrogante, pero dicen que en todo les hacía caso a sus hermanas. Vayan ustedes a saber qué hay con estas historias que sus descendientes jamás nos contaron y que nos tienen amarrados a repetirlas. Don Amado quería un hijo médico, o más bien un hijo ilustrado, acorde con la época que urgía la modernidad. A pesar de este deseo, y que Alfonso alcanzaría de cierta fama como médico en el pueblo, el hijo no contuvo el impulso y acabó intentando fallidamente la agricultura y la ganadería. De mi padre no se que decir, si fue doctor o si fue huertero lechero. Además, no obstante su paso universitario nacional, no alcanzó a librar ciertas trabas que le impidieron un acceso definitivo a la gran Cultura Universal, que se personificaba en ciertos inmigrantes españoles (que él veía como si hubieran sido nobles venidos a menos, aunque en realidad eran republicanos perseguidos venidos a más). Alfonso se estrenó como médico llevando a Don Amado con su gran maestro, el Dr. Ignacio Chávez. En una carta fechada en el año de 1941 el doctor Alfonso le explica al licenciado Don Lorenzo, que la estancia en la ciudad de México del administrador del molino “La Isla de San Pablo”, tendía que prolongarse debido a la necesidad de otros estudios. Dice: "Mucho ruego a usted tenga la infinita consideración para con mi padre en estos momentos tan difíciles". Tratándose de familiares cercanos, suena extraño el tono sumiso y solemne, hablándole de usted, que utiliza el doctor Alfonso en su misiva. ¿Cómo no va a tener consideración si se trata de su primo hermano y su empleado de confianza, enfermo del corazón, y llevado a la ciudad de México por su sobrino médico ante una de la eminencias mundiales de la cardiología? ¿por qué apelar a la infinita consideración del autócrata terrateniente y exgobernador del estado? Vendrían tiempos de prosperidad económica en un país aliado que no gastaba en la guerra. Don Amado era admirador del Fürer, lo cual en aquellos tiempos simplemente se trataba de irle a un partido y no a otro. Jamás se llegó a enterar de las atrocidades cometidas por el Estado Alemán.

Una de las propiedades del Licenciado Don Lorenzo se ubicaba en el margen del río Verde, dos kilómetros al sur de la ciudad, corriente abajo. Era un jardín botánico, lleno de pinos y árboles frondosos, que había crecido en medio del semidesierto de la zona media del estado, en un lugar donde se unían parte del torrente proveniente del manantial de la Medialuna con las del río. Aprovechando esto, ahí se había instalado una pequeña planta hidroeléctrica, que para cuando mi memoria empezó a funcionar ya no existía. Pero se le quedó el nombre: “La Planta”. Precisamente en ese lugar se quedaron la mayor parte de mis memorias que tengo de mi niñez. No obstante propiedad privada, al parque podían acudir la población entera, siempre y cuando solicitara un permiso que escribía en un papelito el mismo licenciado. No tengo conocimiento que a alguien se le hubiera negado el permiso. Será el sereno, pero por algo a mi papá no le gustaba que le pidiéramos permiso para ir a “La Planta”, al fin y al cabo era nuestro tío. La familia de Don Amado creció a la sombra de este poderoso personaje (junto con Verástegui, los dos caciques por excelencia de la región). Los hijos de Don Lorenzo pelearon a muerte una descomunal herencia. Lorenzo hijo incluso fue enviado a la cárcel por sus hermanas. Los hijos de Alfonso y Lucinda luchan de otro modo por su heredad: se sacan fotos abrazados y bailando la navidad, salen juntos a vacacionar arrastrando su tumultuaria descendencia, se escriben e-mails a diario, intercambian nombres y compadrazgos y juran pactos trasmemoriales. Ante el fracaso del hijo, salió al quiete un nieto también Amado al que nunca conoció pero sí le dejó su nombre. Se vuelve médico de gran prestigio y conquista la cultura europea occidental. En esta generación se cumplen los deseos ancestrales y el linaje alcanza su culmen. Los hijos de Alfonso y Lucinda son el fruto de la conjunción del norte con el sur, mezcla de frijoles bayos y negros, tortillas de maíz y tortillas de harina, de corridos de caballos y corridos de jardines.

¿De qué herencia maldita nos estamos tratando de librar?

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