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arChivo Expiatorio

Poesía

Episodio III

Episodio III (o de cómo las películas galácticas no tienen que ver con el espacio exterior más de lo que tienen que ver con el espacio interior).

El rostro de mi padre tenía un chipote,
Un lunar, una verruga y mucha soledad.
No lo he olvidado.
La oscuridad lo fue encerrando
Y lo encerró
En su propio cuerpo, como el de cualquiera,
Miserable.
Era al final de cada día, de cada episodio,
Cuando yo lo rescataba:
A sus ojos, pero sobretodo a sus manos,
Volvía la bondad,
La infinita bondad de los Alfonsos.
Luego se iba, tomaba su nave espacial
Y había que buscarlo en los más extraños planetas.
Mi madre al contrario, Luna ella,
Siempre estuvo ahí.
El cuerpo de mi padre tenía dos piernas,
Un estetoscopio y mucho dolor.
No lo he olvidado.
Nada le dolió tanto que perder
Los pedacitos de su mismidad corporal
Que tan pinchemente le enseñaron
A construir, mientras su esposa
Nos enseñaba a leer.
Si me quiso o no me quiso
Mi padre no lo supo.
Pero por las noches yo lo rescataba
Y su amor era infinito
Y me salvaba a mi
Y me hacía a mi.
Su hijo de la memoria
Que nunca olvida a su padre
Y encuentra en la muerte
La última forma de salvarlo.

Las cosas que no hice

(My life’s non-made things)

Cavar con mis manos la tumba de mis padres.
Meter el gol de la victoria en el último minuto de juego.
Terminarme el carbón de un lápiz nuevo.
Desayunar en la calle, luego de haber sido abandonado.
Habitar desnudo el albergue de una noche solitaria
(the holding of a lonely night).
Entretejer los hilos de cualquier cosa que le sirviera a un niño.
Tirar los zapatos viejos a la basura (that very old shoes).
Besar a una mujer por un tiempo suficiente.
Echar un cadáver al mar por la borda de un barco (corpse aboard).
Mirar a través de un cristal la autopsia de un perro.
Tirar agua bendita en la Presa de San José.
Escribir en Viernes Santo, el final de una novela.
Viajar en compañía de un trapecista ahogado en deudas.
Domar a un puerco-espín.
Vivir en la azotea de un rascacielos azul-blue.
Pelear con un marroquí, las últimas hojas de una libreta (last leaves).
Mirar de frente a mi padre mientras bebía.
Rezar más de cinco minutos (to pray forward).
Dormir en santa paz.
Estar con alguien.
Estar sin alguien.
Y desapasionadamente (passionless)
amar.

Vestido Azul

La primera vez que te vi
Llevabas un vestido azul.
Tu sonrisa inundó mis ojos,
Y el resto del tiempo.

Eso eres tú:
Una sonrisa azul
Que no tiene hora.

Nadie te quiere como yo
Ni yo mismo.

Viejos Dominios

Estaré afuera,
en el vértice de un triángulo,
en el descanso de un edificio,
en el nacimiento de un río,
colgado de un telescopio,
derribado en el desierto,
al lado de una iglesia,
a las puertas de cualquier museo,
en las inmediaciones de tu piel,
atrapado en tu infinita tristeza.

Raza Peluda

Raza Peluda Lo dijo primero mi madre. Volviera a repetir esa palabra y la lengua se me iba a caer. O los dientes, o la campanilla, ha pasado tanto tiempo que ya no me acuerdo. Surtió efecto la receta porque mi boca de leche sólo supo de meriendas y arlequines, no de chuparrosas, mucho menos de aguacates. Así se supo esconder el aliento, ora entre la milpa ora entre algodones, hasta que llegó la Raza Peluda y sus pirinolas de la primaria y anexas. Se les podía encontrar en todos lugares: abajo de los pupitres, encima de los árboles, o simplemente haciendo un hoyo en la tierra, que era el método más fácil. Casi nadie los veía. Eran muchos y muy desordenados, pero siempre hablaba uno diferente para decirme una nueva palabra. No repetían. Sólo una vez gordolobo que me hizo reir dos comuniones; sólo una vez amapola que me hizo llorar con pipí. La Raza Peluda no dijo adiós, por ser esta palabra mayor y sin pelo; yo tampoco la dije por no conocerla. Mi padre la sacaría más tarde de su cajón secreto, con lo cual dijo todo lo que tenía que decir. Los pelos me sorprendieron con un vocabulario rapado, cosa que aprovechó la Raza Peluda para mandarme un telegrama que decía: topejo. No entendí, pero tampoco se me olvidó. Luego de mucho tiempo que duré atorado en el aire sin mentiras, pude comprender lo que quisieron decir, pero entonces las palabras se me habían escurrido por entre las piedras del río. Me hice al río. Así los encontré de nuevo, usando un anzuelo plata especial. Está muy claro que fui creciendo, pues sabía que ahí estaban y ya no los ví jamás. Desde entonces aprovecharon toda oportunidad para desdibujarme los infames trazos que hacía en papel blanco. Incluso me regalaron siete toneladas y media de papel del baño, más frágil más flexible más cálido. Papel para untar poción, almácigo y estuco. En los ríos del subterráneo la pesca es más sabrosa; mas no por ello las palabras se mastican mejor. Hallazgos tales como miserere enloquecieron en el espejo de mi recámara. La Raza Peluda siempre está contenta con sus travesuras. El otro día uno de ellos se acercó, poco antes de su muerte. Quiso dejarme su lugar y muy serio cantarme al oído una canción de susurros: huella. Soy Raza Peluda, por eso ya no sé lo que digo. Me pueden encontrar abajo de los pupitres, arriba de los árboles o, más fácilmente, haciendo un hoyo en la tierra. Soy para una sola palabra, aquella tan vieja que se hizo nueva. Soy mi propio conjuro: que se me caiga la lengua, o los dientes, o la campanilla, ha pasado tanto tiempo que ya no recuerdo lo que dijo mi madre por primera vez.

El NicaClán

El NicaClán Pertenezco al clan donde las primeras letras
Llegaron con la sopa.
Que hizo del árbol del hule el árbol del Sol,
Y construyó quinientas presas repletas.

Con las fotos hicimos confeti
Con el confeti hicimos puré.
Dimos a conocer el relato milagroso de una especie
Cuyo milagro es poder contarlo.

Somos un clan que brotó deshecho.
Como el botón de una rosa.
Con el olor de un circo en la playa
Y la conciencia del polvo.

Somos la huella involuntaria de una pena centenaria.

Cambiamos el rumbo de un río
Que inunda de palabras a nuestros hijos.
Inventamos un lenguaje de calcetines,
Otro de goteras de agua,
Y otro más de balas perdidas.

Somos el quien abre las puertas del paraíso.
El quien nada de muertito un mar lleno de tiburones.
No solo actuamos el drama,
También construimos el escenario
Y sobrevivimos al fin del mundo.
Enterrando el cadáver en un jardín.
Al cuidado de nuestra madre.

El Viento volverá a Escribirlo

Sucede a menudo que aquello que tienes en algún lugar de la cabeza, alguien ya lo escribió. Y que cuando lo lees, no sabes que ya lo tenías en algún lugar de la cabeza. No hasta ese momento. No tan a menudo sucede que lo escrito es perfecto, lo cual hace que algo de ti mismo se vuelva perfecto, al menos los ojos con que lees. Es el caso de las siguientes líneas, encontradas por casualidad en una nota atrapada en un libro a su vez atrapado en un cajón que nunca se abre. Rara vez se encuentran palabras con la cantidad exacta de letras “eses” y la cantidad exacta de sal. Es un poema marino que sin embargo trata sobre la tierra, esa tierra ambigua por naturaleza que es la arena, materia elusiva y polimórfica. Una de las cualidades del poema es su indestructibilidad, tal es la esencia de lo que trata, de la indestructibilidad de los poemas bien escritos así como de las cosas bien hechas. Porque hay algo de natural es todo lo bello y por eso tarde o temprano alguien o algo se encargará de hacerlo. En otras palabras, si Mozart no hubiera nacido, alguien se hubiera encargado de componer la Sinfonía de Júpiter. Este poema lo puedes echar a una cubeta, llenarlo de agua, tirarse al patio y luego dejar las palabras secarse al sol para que el viento las acomode. Ahí, pegadas al suelo, podrás leer una y otra vez que

El día en que cumpliste nueve años, levantaste en la playa un castillo de arena.
Una legión de extraños se congregó para admirar tu obra.
Han pasado doce años desde entonces
A menudo regresas a la playa e intentas encontrar restos de aquel castillo.
Acusan al flujo y al reflujo de su demolición.
Pero no son culpables las mareas: tu sabes que alguien lo abolió a patadas,
y que algún día el mar volver a edificarlo.
(José Emilio Pacheco)

Di no al Psicoanálisis

A quién se le ocurre ponerle nombre de pescado a las cosas. Porque fuera del mar, lo marítimo apesta. Ahí tienen ustedes los cólicos, las patentes y el vaho. Huelen a pescado. Las cosas del mar hay que dejarlas ahí, incluso las cosas que ahí cayeron por accidente, como los barcos hundidos y sus muchos tesoros sumergidos. Se supone que eso sucede porque el aire es el vehículo de los aromas. Permítanme explicarles el asunto: Los olores están compuestos, o más bien se descomponen, en pequeñas partículas llamadas oloréculas. Cada una de estas infinitesimales porciones de fragancia penetran el cerebro, no a través de la nariz como piensa la mayoría, sino a través de la lengua. Hay oloréculas de jasmín y oloréculas de caca. Oloréculas de todo lo que emane aromas. Lo único que se necesita es a) aire que lo transporte y b) ausencia de agua. Las oloréculas se pudren en el agua, pero nadie lo percibe porque están imposibilitadas para su transporte, pero cuando el agua desaparece se manifestan en toda su intensidad las oloréculas de peste. Dejen el mar en paz y a los pececitos y a los pecesotes y a las algas y a los crustáceos y a los corales y a las medusas. Recuerden que vivimos en una cultura aérea y que gracias a ello tenemos celulares, internet y olores deliciosamente secos. Piensen en todas las palabras aéreas que existen que nos permiten conocer el mundo: raiz, sueño y amores.

Unlove Story

Mientras espera la luz verde del semáforo, un conductor observa que el tragafuegos se empina un buche de gasolina y a continuación despide tremenda llamarada que deja rociado el parabrisas del auto con restos del combustible. La luz verde lo salva de tenerle que mentar la madre, ¿cómo habría de hacerlo? si el no tiene la culpa, piensa mientras se estaciona en la cochera de su casa, ¿y entonces quién? Ni que fuera la Madre Teresa, pinches lacras, pero tampoco Hitler, porque tampoco es para que llegar al exterminio. A lavar el carro, ni modo, prende el radio donde repiten una entrevista con Fidel Castro. Dice El Comandante, orgulloso, que en Cuba hay prostitutas que tienen título profesional. Orale, habla en voz alta el conductor, y piensa: “Lo dice en el sentido de que hasta los jodidos estudian, cuando en realidad es que hasta los que estudian se joden”. ¿Cómo puede ser que no se de cuenta? Termina dizque de lavar el carro cuando en realidad solo le embarró la gasolina en el cofre. Tendría que mandarlo lavar. Siempre ha pensado que si las personas que se dedican a lavar, autos-ropa-casas-trastes-personas, no sentirán feo vivir de la mugre, del inevitable destino humano de ensuciar y ensuciarse mientras vive. ¿La mugre es biodegradable? Le pregunta a su esposa mientras se lava las manos antes de comer. No, porque la mugre es un concepto-idea construido por la sociedad moderna (la esposa es psicóloga y estudia doctorado en sociología), asociado a la pobreza, esto es, los ricos nunca son mugrosos, de alguna manera siempre están limpios. Pues resulta, le dice el conductor a su esposa, que un mugroso tragafuegos sin piernas en una silla de ruedas roció mi auto de una mezcla de saliva mugrosa y gasolina. “Tan siquiera tu tienes auto” le contestó la doctora. Ya enchilado, pero contenido, le suelta: dice Fidel que en Cuba hasta la pirujas tienen doctorados. La mujer se le queda viendo, no como el hubiera esperado, sino diferente. Era una discusión sin importancia, en un día sin importancia, con tragafuegos sin importancia y comida sin importancia. Pero la mirada tuvo mucha importancia. En lenguaje beisbolero se diría que el bateador estaba con dos strikes sin bola y con un pitcher en total dominio de sus lanzamientos y que le tiró simplemente para no ser ponchado y pak! La bola fue a dar tras las gradas en un jonrón inesperado. Así son las cosas, un lumpen tragafuegos y Fidel Castro, le dieron las claves al conductor para cambiar el destino de su vida.
Mas le vale a este infeliz que nunca lea a Charles Bukowsky, el maldito y misógino poeta, es más de lo que pudiera tolerar:

Me gustan los colores de sus ropas,
su manera de andar,
la crueldad de algunos rostros de vez en cuando
la belleza casi pura de una cara total y encantadoramente femenina.
Están por encima de nosotros
planean mejor y se organizan mejor.
Mientras los hombres ven televisión
toman cervezas y juegan al béisbol,
ellas, las mujeres,
piensan en nosotros,
concentrándose, estudiando, decidiendo,
si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos,
matarnos o simplemente abandonarnos.
Al final no importa
ya que hicieran lo que hicieran
acabamos locos y solos.


(Mujeres)

Breve tratado de Filosofía Ocular

La retina es un basurero galáctico. Tiene la concavidad del cielo y como antena cósmica que es, siempre apunta hacia algún punto lejano más allá del Sistema Solar. Porque nuestra mirada siempre quiere estar detrás de los planetas. Pero es una ilusión óptica. Uno no dirige los ojos y mucho menos la mirada. No existe nada parecido a rayos invisibles que uno pudiera producir con la vista. Y sin embargo uno así lo cree. Poso la vista en algo esperando una respuesta, una señal, como si realmente uno mandara un mensaje. Es una ilusión que funciona porque los otros son ciegos de los mismos ojos. Pero Platón tenía razón en algo, en que existen cuevas o cavidades, como las órbitas oculares, donde se alojan las impresiones del mundo real. Se equivoca al decir que estas impresiones son ideales, pues son simplemente la basura de la luz, lo que deja a su paso el huracán de 6 mil millones de miradas perdidas multiplicadas por dos ojos. La poesía es lo mínimo indispensable que hay que decir para decirlo todo. Ver tus ojos cuando me miras, mientras tejes algo con tus manos, es lo mínimo que tengo que ver para haberlo visto todo. Es lo que me salva de la basura.